Opinión
La imposición del marco belicista y los problemas cotidianos


Por Miquel Ramos
Periodista
Ayer se cumplieron 21 años de los terribles atentados del 11M en Madrid, y recuerdo con cierta nostalgia ese consenso, ese sentido común tan humano y decente que fue el No a la Guerra, en uno de los momentos más tensos a nivel geopolítico desde hacía tiempo. La sociedad respondió a la masacre exigiendo que no se participase de una guerra que nunca debió empezarse. Hizo caer al Gobierno que nos mintió y nos metió en ella y aupó a uno nuevo que se apropió de aquellas reivindicaciones, aunque poco cambiase luego el negocio de la guerra. Sin embargo, estos últimos años, sobre todo ante la invasión rusa de Ucrania, el pacifismo y las posturas antibelicistas se han criminalizado y ridiculizado hasta la saciedad, acusando a quien las defendía de ser cómplice de Putin o simplemente un bobo que no sabe ni en qué mundo vive.
¿Qué ha cambiado desde entonces? Obviamente, el escenario no es el mismo, ni los actores en juego, ni siquiera los sentidos comunes. Pero vale la pena repensar en qué lugar está hoy el pacifismo, qué papel tienen las izquierdas que siempre lo abanderaron, y qué retos enfrentamos en un mundo cuyos cambios vienen cada vez más rápido, y en el que hay una serie de marcos impuestos que mantienen los debates prisioneros de verdades absolutas e inmutables. Porque hay amenazas globales que van más allá de las tensiones geopolíticas, y de las que no se habla con la misma pasión ni seriedad con la que se afronta el nuevo juego de alianzas y equilibrios internacionales. Hay que darle una vuelta a cómo nos ponen a todos firmes ante determinadas cuestiones, exigiendo sacrificios y estar a la altura, y cómo otros temas que afectan mucho más a la vida diaria de cualquier persona, ni siquiera están en la agenda.
El inquietante contexto geopolítico actual está trayendo algunos debates hasta ahora impensables o expulsados a los márgenes de la política cotidiana. Quién nos iba a decir que estaríamos hoy hablando de una posible salida de la OTAN, preguntándonos qué pintan las bases norteamericanas en nuestro país o debatiendo el gasto en defensa. Sin embargo, estas cuestiones no se están planteando desde aquel espíritu pacifista del que hablábamos al principio, sino más bien, todo lo contrario. Hay un relato del miedo, una doctrina del shock en ciernes que da por hecho ya que no hay alternativa a la guerra y al rearme, a la disciplina y al acatamiento de cualquier cosa a cualquier precio, por nuestro bien, por el bien de la nación. Es el marco de toda guerra, de todo viraje autoritario, y lo estamos viviendo en directo con una paralizante estupefacción.
La necesidad de imponer otros marcos para afrontar los problemas globales y el nuevo panorama geopolítico no implica ignorar los peligros. La histórica subordinación europea a los intereses de los EEUU es quizás una de las mayores fuentes de los problemas de seguridad que afronta hoy la Unión Europea ante el divorcio de la nueva administración de Washington. No hay, de momento, agenda propia. Hay mucha performance política en todo esto, y de momento, nadie concreta nada. Todo se apresura y se improvisa ante el frenético devenir de los acontecimientos, con la prudencia obligada de las aritméticas institucionales necesarias para consensuar acuerdos y presupuestos. Y con el desgaste que puede suponer defender determinada posición en asuntos tan delicados como el envío de tropas a otro país o las nuevas y posibles alianzas y traiciones en el tablero global. Ahí queda siempre la hemeroteca, dispuesta a recordar dónde estaba cada uno en cada momento. Mientras, la industria armamentística se frota las manos.
El debate sobre el incremento del gasto en defensa, sobre el rearme europeo y la sombra de posibles guerras, invasiones y amenazas híbridas de todo tipo está hoy en todos los medios. Y en los despachos políticos se apresuran para ver cómo envuelven sus posturas sin parecer ni déspotas ni ajenos e indolentes ante lo que venga. Pero los marcos del debate son importantes y aquí, cuando se habla de defensa, faltan algunas incógnitas por despejar. La primera de todas, de qué hablamos cuando nos referimos a defensa. Cuáles son las amenazas que teóricamente nos obligan a incrementar el gasto militar y a asumir el relato bélico que, en algunos países de Europa, ya está derivando en la posible reinstauración del servicio militar obligatorio. Y por supuesto, qué alternativas hay a escalar en el conflicto.
Existen históricamente amenazas para los Estados que van más allá de una invasión militar, como son los ataques informáticos, la injerencia en asuntos internos o las guerras comerciales. Nadie lo niega, pero es razonable plantear la duda de si corresponde afrontarlo mediante una milmillonaria inversión en defensa. Siempre que se habla de defensa y seguridad, atendemos a enemigos externos e internos, a una amenaza que nos acecha a todos por igual y que debe ser confrontada por todos los medios. Nunca se piensa en la seguridad que deberían proporcionar las políticas de los Estados que afectan a la vida diaria de la gente. Quizás es ahí donde está el marco cuando hablamos de inversiones multimillonarias, de seguridad y de patriotismo. Sin obviar el mundo exterior, pero planteando alternativas, defendiendo otro mundo que un día soñamos posible y que hoy, algunos se empeñan en derribar del imaginario popular.
El pacifismo hoy se ve atrapado por una supuesta realpolitik incuestionable, que arrastra a gran parte de la izquierda al marco belicista, haciéndola tragar con todo lo que implica aceptar este relato. Pensar que el refuerzo de esta doctrina, de todo lo militar y securitario, no va a repercutir en otras esferas de la vida sí que es ser inocente. También lo es no cuestionar este negocio, cada vez más útil para los autoritarismos, que, en esta Europa, ni siquiera están ya fuera de sus fronteras. Tampoco es pecado preguntar quién sacará tajada, de qué exactamente y por qué siempre hay tanto dinero para armas y tan poco para reforzar servicios públicos y mejorar la vida de las personas.
Estas preguntas se las hace gran parte de la ciudadanía, incapaz de imaginar esas cifras milmillonarias que se prometen de un día para otro, dedicadas a otras partidas. Aunque digan que no tienen nada que ver, que eso es demagogia, que hay para todo y que hay que estar a la altura de las circunstancias, la realidad, la precariedad, le golpea todos los días en la cara a cualquier hijo de vecino. Porque finalmente será él quien, en caso de guerra, tendrá que ir al frente, mientras hoy se pregunta cómo seguir pagando el alquiler, como curar su enfermedad con citas médicas a años vista y ante una política cada vez más privatizada, más fascistizada, y más indolente ante los problemas cotidianos.
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