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La Rusia de Putin ha vuelto a contraprogramarse a sí misma. Mientras que sus aliados y tentáculos propagandísticos hablaban de diálogo y paz, sus terminales militares imponen el terror en las ciudades ucranianas. Es el manual clásico de negociación del régimen, como advirtió la primera ministra estonia, Kaja Kallas, cuya familia fue víctima del estalinismo. Primero, imponer condiciones de máximos aunque parezcan imposibles de cumplir. Segundo, usar un ultimátum. Después, amenazar e intimidar.
Moscú ha atacado este lunes Ucrania con más de 40 misiles de varios tipos, incluyendo de crucero y balísticos, los temibles Kinzhal causando más de 20 muertos hasta el momento. El uso masivo de estos terrores tecnológicos tiene una razón: así se saturan las defensas antiaéreas y es mucho más difícil derribarlos por la sincronía con la que irrumpen sobre las ciudades. Varios barrios céntricos de la capital sufrieron daños. A lo lejos, Kiev presentaba un aspecto desolador, con múltiples columnas de humo negro en su horizonte. Los kievitas bajaron de nuevo a los sótanos y al metro, el refugio más seguro, igual que hacían los londinenses ante los bombardeos nazis.
Los blancos perseguidos están en el centro de la ciudad y eran civiles. Al Kremlin hace tiempo que se le acumulan los crímenes de guerra pero sigue actuando con su clásica impunidad, a la luz del día y contra una ciudad llena de cámaras y fotógrafos extranjeros. El objetivo sigue siendo aterrorizar a la población ucraniana e imponer costes inasumibles a su Gobierno por la resistencia mostrada hasta ahora contra la invasión rusa.
El mejor ejemplo es el ataque al hospital materno infantil de Okhmatdyt con un misil balístico, lo más preciso de su arsenal. Se trata de una localización bien conocida por Rusia. Si un proyectil de esa magnitud y tecnología cae sobre ese centro resulta muy difícil pensar que se deba a un error. A esta hora cientos de voluntarios ayudan haciendo cadenas humanas para despejar de cascotes todas las zonas afectadas en busca de supervivientes.
Durante toda la mañana han caído en ráfagas varios misiles sobre otras zonas. Algunos eran proyectiles enteros y otros, meros restos de la intercepción por parte de las baterías Patriot, las únicas capaces de derribar este tipo de terrores tecnológicos. De la destrucción que han dejado los proyectiles y los restos es responsable Rusia, cuyo nulo respeto por las ciudades y por los civiles ucranianos ha quedado acreditado y documentado en dos años y medio de invasión.
Este ataque llega tras los resultados de las elecciones francesas y la decepción de la candidatura preferida por el Kremlin, que no es otra que Marine Le Pen, si se tienen en cuenta las llamadas a votar a esta formación por parte de perfiles oficiales del régimen ruso en las redes sociales durante los últimos días. La pasada semana, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el gran aliado de Putin en la UE y la OTAN, se presentó en Moscú enviado por sí mismo para, según él, intentar una paz negociada. Este lunes, Putin ha vuelto a dejar claro que no desea la paz, sino la victoria al precio que sea.